miércoles, 26 de noviembre de 2014

El veneno de las emociones puras

No te preocupes por aquello que olvidamos en noviembre. No te preocupes por las sensaciones que invaden tu alma a cada instante, no te preocupes por buscar las emociones puras, tú, individuo bestial, tú, ambicioso ser humano, así como Ícaro fue en busca del sol, te quemarás con el veneno de las emociones que deseas dominar.
Este no pretende ser un artículo que explique el origen de las emociones, de los sentimientos. La verdad no creo que ningún ser humano en la faz de la tierra pueda explicar el origen de lo que siente. Ese es el gran misterio que soportaremos sobre nuestras espaldas hasta el fin de la existencia humana.
Aquellas emociones puras las llamo veneno porque cada una de ellas nos invade y corroe, espiritual y
psicológicamente, hasta hundirnos en los túneles de la locura. Los delirios, las alucinaciones y las pasiones solo provienen de individuos contaminados por dichos venenos.
Estas emociones puras son la representación constante de nuestra naturaleza bestial, la cual se aparta de cualquier norma social o simbólica que busca reprimir la esencia del ser humano. No podría afirmar el amor o el odio entre los animales, debido a que son creaciones simbólicas del humano. Pero puedo afirmar que la relación de las bestias con el mundo que las rodea se puede resumir en dos palabras: liberación absoluta. Sus emociones son puras sin cargar consigo el veneno del ser humano, un veneno que ha crecido en el centro de todas las sociedades humanas.
Las normas sociales que nos hemos inventado son empaques plásticos que nos van sumergiendo en la individualidad, en la unanimidad del pensamiento egoísta. Precisamente, la eclosión de dichas normas nos transforma en bombas emocionales, monumentos de la destrucción disfrazados de carne y huesos. Cuando el ser humano cae en la conciencia de su existencia y recibe el mundo con todos sus poros sensoriales abiertos, estalla.
En medio de la locura, lo único que quiere es ver el mundo explotando a sus pies. La represión autoimpuesta por la moralidad y las cadenas simbólicas estrujan el espíritu hasta sus límites, es ahí cuando la amnesia cae sobre los cuerpos ardientes que antes caminaban congelados debajo de los trajes de cóctel.
Las personas somos recipientes de  las interacciones. Cuando las distancias disminuyen, los seres humanos se parecen más, se contaminan más con aquellos demonios que el otro ser humano guarda en su cabeza. El amor final o el amor perfecto, es aquel que llega cargado de delirios de vidas inexistentes, no es un sentimiento bonito o feo, bueno o malo, es (según lo veo y lo siento) el límite de la locura. Dónde un ser deja de ser un individuo, para convertirse en un ser medroso, tan contradictorio como la misma palabra.
Todas las emociones puras confluyen en la locura y la locura se convierte en el antídoto del miedo. ¿De qué huimos, qué es eso que nos asusta tanto, aquello que nos obliga a vivir encerrados en nuestras mentiras de una sociedad ordenada? Eso es algo que nunca se sabrá.
El amor heterosexual del hombre siempre tendrá escondido, en medio de su belleza absoluta, algunas gotas de misoginia. El uxoricida, llevado por la ira y el intenso dolor, no es más que un hombre apasionado sumergido en los túneles de la locura. No quiero que se entienda esto como una defensa o justificación a ciertos actos cometidos por el ser humano, o que se crean que defiendo las actitudes machistas y violentas que decidieron tomar otros hombres. Simplemente, me quise detener a pensar en los motivos de un ser para dejarse llevar por la tentación del asesinato, por la aniquilación de aquello que dice amar.
¿Acaso estamos tan lejos de la locura, o las emocionas puras nos contaminarán hasta llevarnos a los terrenos preferidos de la muerte? Lo único que considero en este aspecto, es que el excesivo culto a nuestro ego nos condenará a las explosiones continuas de nuestros seres interiores.

La locura no nace en nuestras cabezas, nos enfermamos con ella al sumergirnos en el culto a nuestro propio ego, a la imagen idealizada de lo que deberíamos ser.  

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