jueves, 23 de marzo de 2017

Coexistencia



Dos pedazos de un árbol que se atreven a mirarse en medio del pasto. Los pájaros que vuelan en un cielo despejado. El camino de la brisa que se marca en un terreno olvidado por los hombres. Las piedras esconden lombrices. La tierra resguarda cigarras, tijeretas y caracoles. Las flores se dejan devorar de parásitos e insectos. Los sonidos son calmos. El ruido no existe, salvo los alaridos de animales sufriendo el proceso de la muerte. Algunos caen. La marca del desespero deforma su semblante. Los cadáveres putrefactos son olvidados, mientras la vida sigue. De los vientres regordetes salen seres nuevos para succionar las tetas de alguna madre que con desgracia verá la deformidad de su cuerpo. Peleas. Sangre. Vómito. Mierda. Vida, nada más que eso. El viento pasa y los pájaros hablan con las corrientes de aire. El cielo despejado se parece al mar más desolador y todos los seres vivos que lo contemplan se sienten náufragos. Todos estamos abandonados a nuestra suerte. Nada tiene sentido. La vida se reduce a la quietud. Y todo perecerá, excepto el paso del viento y esos dos pedazos de un árbol absorbidos por el pasto en un lugar olvidado por el hombre.